13.9.06

Acorde complemento

Nunca me gustó su incontrolable sed por las cosas viejas, nunca vi mas que polvo y desvida en cada uno de sus artículos, para mi eran pedacitos de basura, para ella un deleite visual. En nuestra decoración cada uno hizo sus concesiones, una mesa lisa y rectangular con tan solo un hermoso micrófono de los años 50, su pieza mas reciente sintetizaban todo. Odié las muñequitas rusas, los pedazos de que-se-yo que tal vez contuvieron a alguien alguna vez, incluso la espada oxidad en la pared, todo tolerado, simplemente porque la decoración era secundaria, siempre que ella considerara mi casa su hogar. Mientras miraba al horizonte por la ventana del ala oeste llamaron a la puerta, tres tipos de uniforme entraron cargando lo que para mi era una caja inmensa mal pintada. Terminaron de arrastrar entre tumbos un piano de cola que ocupó casi media habitación llenando un espacio que nunca antes fue pensado para usarse, ella entró con esa chispa en los ojos, saltando de la emoción mientras me contaba los pormenores de su travesía para conseguirlo, la estrategia de regateo, como mantuvo su actitud firme a no ceder a la historia conmovedora de su procedencia y la culminación del trato que cerró satisfactoriamente dando a cambio unos relojes y un ídolo celta que tenía en la sala. Sin pensarlo lo ataqué, mi adolescencia entera la pasé entre obras de Chopin y de Bach, sabía que este artículo en particular simulaba un regalo para mi, de esos sin fecha, que nacen del momento y no necesitan supersticiones-calendarias para ejecutarse. Dejé rodar mis dedos en infinidad de maneras, desempolvando recuerdos de notas, secuencias y armonías que al fluir sonaban todas tán cálidas. Practiqué sin cesar, viajaba con frecuencia para revisar los negocios aunque prefería los informes escritos, pero el piano tomo rápidamente un escalafón bastante alto dentro de mis prioridades. A medio camino del invierno de Vivaldi sentí ciertos arreglos que no estaban en mi partitura, ni que yo había hecho, presentí la incursión de un sexto dedo en el teclado y para mi asombro ví como notas que yo no oprimía se dejaban tocar por la nada complementando lo que yo ejecutaba. Obra de alguien tenía que ser, con escepticismo comencé y paré a medio compás, como esperaba la melodía continuó su andar sin necesidad de ayuda. Noté algo en su manera de tocar, era suave y emotiva, sin duda era alguien y no el piano mismo, una mujer delicada, algo aterrador de sentir y presenciar pero sublime de oir dada la situación. Ví un destello de su perfil cuando se cayeron las hojas que estaban frente a mi, su reflejo se proyectaba claramente a mi lado, sin que yo la sintiera cerca, podía verla y oírla. Mi mujer continúo comprando innumerables cachivaches, mis viajes a la ciudad por los negocios cada vez mas y mas infrecuentes me encontraban pasando mas y mas tiempo tocando su piano, el de ella. Fue extraño debo aceptarlo, pero su melodía y yo fuimos compatibles, conversábamos en frases cargadas de sentido y nos mirábamos profundamente siempre por el reflejo, la voz nunca fue necesaria pero la música descargó los sentimientos que debían ser exorcizados. En mi viaje mas reciente, no dejé un instante de pensar en ella, en su piano, en volver a sentarme a su lado y dar un concierto inolvidable. Revisé los negocios y asistí a reuniones de manera ausente, mi cabeza pensaba en ella nada mas. Al volver reconocí un jarrón nuevo y a mi hermosa esposa sentada al piano con una cara reluciente, abalanzó sus brazos en mi cuello en un abrazo apasionado y con un destello en sus ojos a pocos centímetros de mi cara, con un tono emocionado me contó su noticia, esa misma tarde habían afinado el piano, yo pasaba tanto tiempo encerrado en ese cuarto que ella había cotizado una restauración completa y esa tarde había puesto en marcha el mejor regalo para mi. La miré con asombro agradecido, la besé y ataqué una vez mas el instrumento, pero fue diferente, la busqué entre Brams, Strauss y Bizet, en nuestras melodías, en nuestros arreglos, su reflejo ya no estaba, solo un jarrón nuevo identifiqué al entrar, al menos mi mujer aun reconocía mi casa como su hogar.

1 comentario:

Natalia-DV dijo...

Ella optó por lo nuevo cuando él hubiera preferido el piano viejo...
...¿pero alguna vez se supo cual era la sorpresa oculta en el jarrón?