14.8.08

Voy a contarlo una sola vez.

Voy a contarlo una sola vez, y aclaro, fue muy real, tan real como el miedo que me dan las alturas, que sin importar cuantas explicaciones intente darle a mi cabeza, seguirá allí latente detrás del ombligo y no me queda mas remedio que aceptarlo.

Debía tener a lo sumo 7 años, por entonces ya vivíamos en la casa del patio grande. En las tardes, sin nada que hacer , porque la única ocupación de un niño es el colegio y fuera de éste el día entero es ocio, corría de arriba a abajo del conjunto donde vivía, acompañado por 3 amigos que el tiempo y mi cabeza ya olvidaron, pero que por esos días éramos inseparables. Recuerdo que alguna vez concretamos una especie de circo romano con tan solo hormigas, de esas teñidas de rojo con ojos negros, que si se encierran de forma adecuada se entregan a la batalla hasta que la carnicería solo deja segmentos de los animalitos… y aun así, sin las cabezas pegadas a su tórax, siguen moviéndose, intentando quizás tomar venganza. De todo esto, creo, matar insectos me producía un placer que expiaba con una sonrisa, ya fuera ahogándolos si era posible, cortándolos, incluso la idea de caminar para de un modo inconciente ir pisando cuanto bicho se cruzara a mi paso me llamaba la atención.

Fue un martes, no había salido a jugar, me concentraba en el patio grande con sus centenares de tallos, hojas y claro, insectos. Una fila larguísima de hormigas atravesaba la terraza en su totalidad, y me senté a observarlo. Impávidas con mi presencia continuaban su camino así yo tratara de interrumpirlo con un pie o con alguna piedra como obstáculo. En un momento me detuve, miré la hilera perfecta, admirado, elegí una hoja de papel Bond que yacía sobre la silla a mi lado, no recuerdo bien qué hacia ahí, la tomé y aplasté la primera hormiga que vi, sin piedad, partiendo la hilera que quedó regada como esquirlas. Sentí un crujido en mi mano, como la cola verde oliva debía romperse, miré mi trofeo aun con la hoja en mi mano y la hormiga bajo ésta. Se movía, como esperé, pero juro (y esto no lo creerán) que me estaba mirando, y con un chillido ensordecedor, asqueroso y vil dilató su muerte unos segundos extra. Fue un rugido de canto de sirena, el chirrido de una puerta que me erizó el alma y me marcó la memoria… me gritó una hormiga. Solté la hoja y corrí con miedo al único lugar que consideraba seguro, mi cuarto, y me encerré hasta que mis papás llegaron. Juro que fue verdad, fue un sonido horrendo, un grito estruendoso, el alarido que debía espantar al gigante, como los de algunos indefensos (de siempre) por estos días.