13.8.09

Rastros de Silajo (1/2)

-No es un final T.Capote, falta todavía una parte.

La parroquia contaba con un jardín inmenso, que antes de la llegada de Córdoba no era más que un rastrojo de barro y mierda de perro, pero tras la nutrida afluencia de fieles rezanderas que ocurrió tras su arribo, haciendo caso omiso de los caritativos aportes de las mismas, y sin contar las generosidades recibidas después de los asesinatos, el patio se cubrió de espinas, flores y enredaderas, sin orden alguno. Era un espacio desperdiciado, hecho monte por una inversión inicial llena de buenas intenciones y el abandono riguroso e inmediato. Siempre al pasar, me fijaba en lo que fue la puerta lateral, pues debía llevar años sin usarse, la cubría una planta de hojas pequeñas que, como un mosaico de infinitas piezas, con sus flores color punzó, devoró el marco y parte de la pared, inhabilitando el acceso a la iglesia desde el patio. Ofrecí mi ayuda para dar cuidado al jardín en repetidas ocasiones, sin respuesta, ya que más da, no puedo cambiar lo que sucedió, ni revivir a ninguna.


El sermón del domingo casi le arranca un aplauso, de la emoción, a la romería de señoras que el joven cura de ojos verdes convocaba sacramente. La iglesia de Silajo no podía albergar más de 40 personas a la vez, porque tampoco había gente con quien llenarla. En semana santa o navidad, el padre Córdoba animaba a las asistentes a que trajeran su propia silla y que, por el amor de Dios, lograran que sus esposos las acompañara a la celebración, pero aunque estas insistieran, no se reunía más que el grupo ordinario de las señoras y 2 o 3 maridos a regañadientes, que por ser ajenos al recinto, se apretujaban en las pocas bancas que nunca pensaron en acomodarlos mientras juraban no volver jamas a tal tortura.

Sofía asistía, como manda la escritura, a la misa dominical, y a confesión uno de cada 2 sábados, por convicción decía ella, sin falta; salvo cuando tenía gripa – Justicia divina – sentenciaba con la nariz congestionada – esta semana todo lo hice bien. – Yo la esperaba sentado en la tienda que miraba directo a la puerta de la parroquia, tomando, por rutina, una cerveza con Iván, el hijo bueno-para-nada del carnicero, quien era varios años menor que yo, pero conversaba de lo que fuera, así no supiera del tema – Las señoras van a misa porque están enamoradas del curita – me dijo una vez con su tufo espeso – cuando confiesa, se gasta 5 minutos por cabeza, como en un matadero, les echa un piropo al terminar y ellas con una sonrisa vuelven el domingo con los bolsillos llenos para contribuirle – Iván era un borracho, para nadie era un secreto, después de las 10 de la mañana, de cualquier día, ya estaba ligeramente alcoholizado, si no es que ya su cerebro nadaba por vestigios de una noche extendida. Nunca tomé en serio lo que Iván me decía. Siempre preferí reírme a entrar a discutir con un borracho.

– Sofí, mira – le dije entusiasmado. Ella reaccionó con un salto pequeño, un susto fugaz, quitó su mirada del espejo por un instante para mí – me encontré un billete de 200 en el pantalón – dije con sorpresa. Ella continuó arreglándose sin prestar atención – Deja ya – le dije, para que notara un segundo mi presencia – sí sólo vas misa, – – A confesión – corrigió de modo firme, pero con ternura – por eso… ¿acaso qué? – respondí, hizo esa cara de satisfacción de cuando estrena peinado y evitó mirarme para no responder.

Fui a espera a la en la tienda, como siempre – buenos días Tomás – me saludó Gloria, la novia de Iván, que llevaba un buen rato tratando de despertarlo, era inútil, la noche anterior había bebido hasta saciarse… y 2 botellas mas, estaba dormido sobre la mesa, hediendo a amanecido. Traté de hablarle a Gloria de lo que fuera, conversar con Iván era más sencillo, el buscaba e hilaba cualquier tema, Gloria era un poco más sensata, pero a mi sorpresa el dialogo fluyó ligero mientras ella bamboleaba al borracho tratando de despertarlo. Hablamos de su casa y de cómo ayudaba a su mamá a enseñar en el colegio – ¿También te estabas confesando? – pregunté al rato – como todos los sábados – respondió entre un suspiro – ¿También enamorada de él? – indagué, al suspiro sumó el sonrojar de sus cachetes – es porque tiene tacto – intentó excusarse sin que yo se lo pidiera – en mitad de la confesión me caya con un, ‘ud. es una santa… e igual viene cada semana,’ me manda una pequeña penitencia y me voy con una sonrisa de alma expiada – sonrió para sus adentros abriendo los ojos con un destello –…es perfecto – susurró – Es sacrílego – le respondí.

Las señoras duplicaron su limosna semanal poco después de que Gloria apareció muerta, incluyeron los miércoles y viernes como de culto obligatorio, e Iván se emborrachaba con más frecuencia, cosa que todos creímos en principio imposible. La hallaron sobre un matorral de florecitas blancas, con una herida contundente en la nuca, ninguna otra señal de violencia y en su cara el reflejo del millardo de confesiones realizadas que mostraba su alma en paz.

Sofía ahora rezaba antes y después de comer – Era una muchacha ejemplar – dijo después del postre – No hay muerto malo ni novia fea – le recordé sorbiendo las últimas cucharadas de sopa – todo el mundo sabe que se acostaba con cualquiera cuando Iván salía del pueblo, menos con Fernando claro, - me miró reclamando una disculpa- ¿Qué? – le repliqué – por eso no me extrañaba que se confesara semanalmente – Sofía chistó con rabia y siguió comiendo.

Después fue la hija de la vieja Mariana, una muchacha hermosa de pestañas sobredimensionadas. El pueblo entero asistió al sepelio. Todo el pueblo, menos yo. Me tropecé frente a mi casa, a causa de la lluvia, mientras cargaba un bulto de tierra el día anterior, por lo que preferí guardar reposo. –El que nada debe nada teme– me sentenció un día Córdoba al verme pasar – ¿Por qué lo dice padre? – reclamé con respeto – No está bien visto no asistir a un funeral de un pueblo tan pequeño – me dijo dejando un sabor de inquisición en el aire.

Al tercer muero el pueblo había llegado a varias conclusiones, la misa del domingo era la más concurrida por el cadáver de esa mañana, que con serena pasividad y hermosura habría aparecido en un lugar aleatorio, sólo mujeres eran atacadas, cualquiera podría ser el culpable, y por cualquiera quiero decir que todos creían que era yo. La misa del domingo ahora requería de llevar silla propia, la iglesia fue ampliada, aunque no hacia justicia al incremento repentino de las utilidades caritativas, de manera burda, para que todos los maridos regañados fingieran interés en el sermón.

Mi odio por Córdoba crecía con vigor, quizás por ese interés mezquino que yo notaba los martes que Sofía lo invitaba a almorzar, ella se enternecía con sus ojos verdes, yo me ponía iracundo con su estúpida frasecita de cajón – Usted es una santa – le decía hasta cuando servía salpicando la sopa, ella se sonrojaba y se dedicaba a comer en silencio.

Yo sospechaba del loco Fernando, si bien era un idiota que se paseaba cojeando, había perseguido con interés de macho alpha, sin éxito, a todas las mujeres de Silajo… a todas (sin distinción alguna). Quizás, la frustración lo llevaba a matar sin una verdadera conciencia de sí mismo, como un sonámbulo o un niño cumpliendo un rol en un disfraz. Decidí investigarlo, si demostraba que era él, el dedo inquisidor en mi frente debía quitarse. Dejé a sofía en su confesión sabatina, donde ya la fila era concurrida para ser tan temprano. Llame a la puerta de Ferando, al abrir lo invité a una cerveza, Iván caído de la perra yacía inmóvil por la pena, dormido sobre la mesa en que nos sentamos – Grave lo de las señoras – le comenté a Fernando luego de pasar por temas sin importancia - No he sido yo - Respondió sin titubear. La verdad era que Fernando sufría de lucidez esporádica, algo así como una fase de trance en la que su pensamiento se ordenaba (al fin) por unos minutos. siempre creí que era usted… - replicó mirándome a los ojos. Según me explicó, Córdoba hasta lo insinuaba en el sermón. O era el loco o yo. Claro que Sofía ni se daba por enterada; siempre he creído que los mas acérrimos creyentes y fieles son los que menos atención le prestan al rito, quizás porque creen que ya tienen ya el alma en un lugar privilegiado sólo por asistir.