20.11.08

Papá... Hay un Dragón en mi cuarto (2)

Es un cuento viejo, una reversión, para que encajara en la estructura de cuento infantil,
para los qeu ya lo conocían espero que haya mejorado, para los otros pocos
(porque los qeu leen esto son mas bien pocos), espero que les guste


– Papá –
– mmmahhzzzz –
– ¡Papá, Papá! – repitió Eloísa moviéndole un hombro – Hay un Dragón en mi cuarto.

Papá se despertó en un salto, fue al cuarto de Eloísa y trató de oír desde la puerta qué sucedía ahí dentro… sintió un gruñido decidido, como de un león.

Corrió escaleras abajo para buscar el arma apropiada contra la criatura.

– Con un matamoscas – pensó.
– Sus alas son muy grandes – le dijo la niña al entrar a la cocina

– ¿Una trampa para ratones? –
– ¡Sus patas son Eeeenormes! –

– ¡Ya se! – dijo convencido – ¡una escoba! –
– No es un perro, papá – Eloísa respondió dudosa
– No importa… funcionará –

Subió empuñando la escoba. Frente a la puerta respiró hondo, se armó de valor y entro al cuarto gritando.

Adentro, un gigantesco Dragón naranja, con forma de serpiente marina, garras fuertes y alas extendidas lo estaba esperando. Rugió mostrando sus colmillos al ver a papá entrar blandiendo, como un loco, la escoba de lado a lado.

Esquivó un coletazo del Dragón y logró abrir de un golpe la ventana del cuarto.

Antes de que la rabia provocara que el Dragón escupiera fuego, papá se zambulló debajo de la cama, para protegerse.

Eloísa cerró la puerta gritando, para evitar que el monstruo se saliera. El animal se aventó contra la entrada, las paredes, las repisas, desordenando todo a su paso.

Por último, el monstruo tomó impulso y voló a través de la ventana, dejando atrás el cuarto destrozado.

Papá se incorporó, para sacudirse el polvo, mientras Eloísa entro corriendo agitada.

– Listo – susurró papá tratando de calmarla – ya se fue… ya pasó.
– Peppp-peppp-pero – tartamudió mirando el libro de cuentos que llevaba en sus manos
– ¿A dónde se fueron el resto de Monstruos? – dijo Eloísa pasando las páginas en blanco.

Se agacharon tan rápido como pudieron, con miedo.

Sólo había un lugar de la habitación donde algo grande podía esconderse, pensó papá. Dentro del armario profundo, oscuro y sin puerta, que servía de vestidor en la esquina apartada del cuarto. Se acercaron gateando, sin hacer ruido.

(Prendieron la luz y junto con los monstruos gritaron del susto)

Papá levantó la escoba listo para atacar, pero Eloísa se interpuso con los brazos extendidos
– ¿Se pueden quedar? – preguntó con una sonrisa enorme.

(Los monstruos sonrieron detrás de ella pidiendo aprobación.)

El resto es cosa de juegos y risas; sin Dragones, claro.
– Papá, ¿Nos dejas en el parque? –
–Pero paso por todos a las 6 –


FIN

8.10.08

El Tricampeón de Muecas

Sólo para advertir, un cuento infantil , pro ilustrable por JuanFelipe Sanmiguel, éste es el primer ensayo.


¡Daniel lo logró! Había hecho lo que nunca nadie había podido (ni nadie repetiría) en su colegio. ¡Se había coronado como el Tricampeón de Muecas!


Ganó primero en la categoría de la mueca más compleja. Donde debía usar la mayor cantidad de partes del cuerpo al realizarla.


Luego en la competencia de resistencia, con la mueca sostenida por más tiempo.


Y se llevó todos los aplausos en la Mueca más fea, bueno, no sólo aplausos, también hubo varios gritos del miedo y lágrimas del susto. A Julianita tuvieron que llevársela en ambulancia porque no paraba de llorar.


Orgulloso de su premio pasó el resto del día haciendo sus mejores muecas.


Asustaba a los pájaros que vivían en el parque.


A la vieja medio bruja que le daba comida a esos pájaros.


A los niños de la cuadra, que eran menores que él.


A su perro y de paso al gato del vecino. Todos corrían despavoridos por lo horrorosas que eran sus muecas.


Cuando mamá sirvió la comida Daniel intentó asustarla torciendo los ojos y gruñendo un poco con la boca torcida, pero ella, sin ni siquiera mirar lo que él estaba haciendo, lo regañó. -Si canta un gallo entre tantas caras raras – le señaló levantando una ceja y apuntando con un dedo te va a quedar así – Daniel no le puso atención, terminó de comer y se fue a su cuarto a practicar.


Su primer día en el colegio como el tricampeón de muecas no pudo ser mejor, todos sabían quién era, lo saludaban con efusividad, le pedían que los asustara, que les enseñar alguna de sus muecas. Era famoso.


Pasó días entre lo saludos, los consejos y sus monerías. Asustando las palomas en el parque.


A la vieja bruja que les daba de comer a las palomas.


A los niños del barrio que eran más pequeños que él. Si es que los encontraba, porque ahora se escondían cuando veían que Daniel se acercaba.


Trataba de no hacer ningún gesto raro frente a mamá, sabía que ella lo castigaría si supiera que no dejó de hacer muecas.


Se despertó muy temprano, como lo llevaba haciendo varios días, mucho antes de la hora en que su papá iba a decirle que se alistara para ir al colegio. Madrugaba para ensayar su repertorio, o para lograr esa cara torcida con la que había soñado toda la noche.


Pero, frente al espejo, algo sucedió... debió cantar un gallo, pero uno que estaba muy lejos porque Daniel no lo oyó. Pero, debió cantar uno porque se le quedó pegada una mueca horrible.


Trató de quitársela con agua fría… con agua caliente y tibia después. Se haló la cara con fuerza, pero nada hizo que su rostro volviera a ser normal.


Mamá no le dijo nada cuando lo llevó al colegio, pero sus profesores sí lo regañaron repetidas veces reclamándole que dejara de irrespetar la clase con esas caras. En los pasillos todos le huían y nadie, del susto, se le acercaba a hablarle.


En el parque no encontró ni a las palomas ni a la vieja que les daba de comer.


Ni a los niños pequeños, ni apareció su perro, ni vio por ahí al gato del vecino.


A la hora de comer, Daniel no tenía hambre, la sopa se enfrió sin que él dijera una palabra. Su mamá le acercó sonriente el plato como pidiéndole que la probara por lo menos.


Se untó toda la cara, como un bebé, porque su boca, torcida y tiesa, no quería que la cuchara encajara. Daniel se echó a llorar.


Su mamá lo alzó, con esfuerzo, lo sentó en sus piernas en la sala y le puso enfrente un libro enorme.


-Mira Dani – le dijo con dulzura – no todas las muecas tienen que ser feas – abrió el libro y le mostró en el álbum una foto en la que estaban Daniel, su hermanito enfrente y papá y mamá abrazándolos sonrientes – Una sonrisa es tal vez la mueca más común- dijo limpiándole una lágrima floja - pero es la mejor mueca de todas, porque hace que todo lo que está a tu alrededor quiera sonreírte de vuelta.


Daniel se quitó la última lágrima y le dio paso a una sonrisa pequeña. Sin querer, estalló a risas con su mamá.


Dejó de hacer muecas, dejó de hacer las que asustaban al menos, porque sonreía todo el día ,en especial en las mañanas, muy temprano, antes que todos despertaran, esperando que a un gallo por ahí cerca le diera por cantar.

14.8.08

Voy a contarlo una sola vez.

Voy a contarlo una sola vez, y aclaro, fue muy real, tan real como el miedo que me dan las alturas, que sin importar cuantas explicaciones intente darle a mi cabeza, seguirá allí latente detrás del ombligo y no me queda mas remedio que aceptarlo.

Debía tener a lo sumo 7 años, por entonces ya vivíamos en la casa del patio grande. En las tardes, sin nada que hacer , porque la única ocupación de un niño es el colegio y fuera de éste el día entero es ocio, corría de arriba a abajo del conjunto donde vivía, acompañado por 3 amigos que el tiempo y mi cabeza ya olvidaron, pero que por esos días éramos inseparables. Recuerdo que alguna vez concretamos una especie de circo romano con tan solo hormigas, de esas teñidas de rojo con ojos negros, que si se encierran de forma adecuada se entregan a la batalla hasta que la carnicería solo deja segmentos de los animalitos… y aun así, sin las cabezas pegadas a su tórax, siguen moviéndose, intentando quizás tomar venganza. De todo esto, creo, matar insectos me producía un placer que expiaba con una sonrisa, ya fuera ahogándolos si era posible, cortándolos, incluso la idea de caminar para de un modo inconciente ir pisando cuanto bicho se cruzara a mi paso me llamaba la atención.

Fue un martes, no había salido a jugar, me concentraba en el patio grande con sus centenares de tallos, hojas y claro, insectos. Una fila larguísima de hormigas atravesaba la terraza en su totalidad, y me senté a observarlo. Impávidas con mi presencia continuaban su camino así yo tratara de interrumpirlo con un pie o con alguna piedra como obstáculo. En un momento me detuve, miré la hilera perfecta, admirado, elegí una hoja de papel Bond que yacía sobre la silla a mi lado, no recuerdo bien qué hacia ahí, la tomé y aplasté la primera hormiga que vi, sin piedad, partiendo la hilera que quedó regada como esquirlas. Sentí un crujido en mi mano, como la cola verde oliva debía romperse, miré mi trofeo aun con la hoja en mi mano y la hormiga bajo ésta. Se movía, como esperé, pero juro (y esto no lo creerán) que me estaba mirando, y con un chillido ensordecedor, asqueroso y vil dilató su muerte unos segundos extra. Fue un rugido de canto de sirena, el chirrido de una puerta que me erizó el alma y me marcó la memoria… me gritó una hormiga. Solté la hoja y corrí con miedo al único lugar que consideraba seguro, mi cuarto, y me encerré hasta que mis papás llegaron. Juro que fue verdad, fue un sonido horrendo, un grito estruendoso, el alarido que debía espantar al gigante, como los de algunos indefensos (de siempre) por estos días.

25.2.08

De Nachos y Jugo de Naranja.

-que pena la demora... esto es una disculpa a mi conciencia, vale aclarar.-
Incoherente. Los sueños se van de mi memoria cuando me baño, pareciera qeu el agua además de lavar y limpiar, diluyera el pesnamiento para que pase por el sinfón sin problema. El sueño de anoche fue distinto, se aferró a mi conciencia incluso horas depsus del shampoo y me persiguió por varios dias. Estaba trabajando, en exceso, causa del estrés de los últimos dias, las ideas no me llegaban a la cabeza, bloqueo mental, apareció alguien, esa gente qeu aparece sin rostro en los sueños pero que igual sabemos con certeza de quíén se trata, me pidió un jugo de naranja y unos nachos, no dije nada y por parpadear estaba sentado en la barra de un bar. Un oso polar entró, dejó la puerta entreabierta para qeu una fila de peces que le seguia pudiera entrar, se sentó a mi lado y bebimos sin pena, me acompañó a la oficina sin qeu lo invitara, trabajé un rato sin ponerle atención. Me llamó por mi nombre con voz indeferente, cuando voltié a mirarlo, de un zarpazo me destrozó la cara. Desperté. El gato me estaba palmoteando el cachete, como todas las mañanas cuando tenía hambre, tuve la imagen del maldito oso clavada en mi frente desde entonces. Dias despues mi compañero de cubículo dijo qeu tenía un antojo loco, como de nachos y limonada o jugo de naranja quizás. Me puse pálido para reportarme enfermo ante mi jefe. Prefería una mentira para evitar lo imposible a desencadenar un Deja Vú, uno con garras y dientes.