25.3.07

Voces en mi cabeza.

Ser zurdo pudo ser el problema, nunca aprendí a colorear y mi caligrafía fue desde entonces descrita como inmunda; pero eso sí, la señorita Peña me enseño a leer muy bien. Con gusto entendí como navegar entre las letras, las frases, construcciones de páginas ya fuera de libritos, cuentos, uno que otro artículo periodístico ya con el correr de los años, pero debo confesar, nunca lo logré con los poemas.

Leía todo lo que podía entender, de ello que mi imaginación estallara coloreando muchas cosas a mí alrededor, no solo por la complejidad de ciertos personajes o de historias irreales y fantásticas, sino también por el sinsabor de tramas inconclusas o argumentos cortados con fría sequedad.

Por entonces, nunca pude haber previsto encontrarme con la señora gorda del sombrero verde, pues pensé que la había imaginado nada mas; de horas en la sala con un libro entre las manos pasé a intentos de oratoria balconezca, que terminaron por transferir las tonalidades y entonaciones a mis lecturas mentales, haciendo que la exteriorización fuera a veces irrelevante, y llevarme en ocasiones a ni siquiera reconocer exactamente si era mi cabeza la que leía o mi instinto el que pateaba las palabras fuera de mi boca. Todo esto logró estandarizar ciertas voces para ciertas lecturas, dependiendo del género, de la intensidad que requería el texto, siempre constante a un mismo autor o invariable si devoraba un ciclo entero de temas afines.

En un cafecito que frecuento fue que la oí, a 4 mesas de distancia y riendo a carcajadas se encontraba una mujer grande, de voz duzona y con un horrendo sombrero de color verde. Su conversación con lo quien fuera que tomara mocachino era irrelevante, lo que me importaba era su voz. Era la misma voz pude jurarlo. Si hubiera tenido un libro cerca lo habría comprobado, pues era ella quien leía en mi cabeza, al menos la saga de escritoras latinoamericanas de hace 1 mes, pensé. Era ella o quizás solo su voz, pero no pude controlarme. Tropecé con una silla mientras me acercaba a su mesa hipnotizado por tan irremediable parecido. Devolvió mi sonrisa y con cara de sorpresa le pregunté sin dudar – Disculpe, ¿la conozco de algún lado? – Tal vez – Respondió – en La Página 63… ¿no cree? – Tomé mi chaqueta y salí, tropecé con otra silla, frustración, gente en la puerta, frío, andén, esquina, ¿y qué si era ella la que lee en La Página 63? ¿Qué si frecuento esa tabernucha bohemia, de nombre además estúpido, para oír sus lecturas los martes? Que disfrute como lee poemas en La Página 63 no le da derecho a vivir en mi cabeza, no le da ningún derecho, aunque bueno, no le da derecho pero por su voz tal vez la dejaría, la dejaría, si, claro, la dejaría pero… sin ese sombrero verde.

4.3.07

Dolor de muela.

!Ignórame entonces! - me dijo.
Ya tenia 10 años maldita sea, no entiendo como seguía pregutando estas cosas
- ¿Y porque cuando me caí de la bicicleta a mi sí se me cayó uno? - continuó ya sulfurándose un poco.
- Porque te pegaste, te pegaste Muuuuy duro - le respondí un poco seco
- Bha! - protestó, y con la risa entre las muelas dijo - y me vas a decir tambien, que si le sigues pegando al ajo de esa manera no se le van a caer los dientes.