7.6.10

Si es que te vas primero.

Tenía esto muy descuidado y no tengo excusas.
Éste es para mis abuelos, porque es posible ser parte del aire.
Y a alguien que no conozco
y no se por qué llegó aquí... ni por qué regresa frecuentemente;
pero que escribe mensajes anónimos para éste blog, para tal, también.

Nada es como siempre te prometieron. Bueno, al menos no todo es tan limpio y organizado como uno lo imaginó. Al llegar te asignan un apartamento de una habitación con una cama, mesa de noche y una ventana que mira hacia otro edificio, igual que en el que estás. La cama como única cosa indispensable, siempre he creído que es lo que te da sentido de pertenencia hacia un lugar. A grandes rasgos es como un ghetto gigante, donde todos, al menos eso creo, hablamos español. Luego de un tiempo uno se acostumbra y genera su pequeña rutina, aparecer lo necesario para el día, caminar, fingir alegría al saludar. Lo que verdaderamente me tranquiliza es no tener que ver los avestruces inmensos que te reciben al llegar, con su jerigonza indescifrable y su actitud de perro guardián; quizás esa es su tarea, si a la larga nos dejaron entrar, su misión debe ser no permitirnos salir de aquí, ¿pero a donde iríamos?, suficiente tedio tenemos aquí como para buscar algo más. Mi apartamento es el 805 del bloque 76D sur, nunca viví más arriba que en un tercer piso por lo que la altura fue un problema inicial, no se a quien pertenecía e incluso no entiendo porque no estaba asignado. – Huyó – me cuenta Amanda – lo vi pocas veces, pero te acomodaron unos meses después de no saber nada de él - - ¿Quién se dio cuenta que no estaba? – Pregunté ingenuo – Aquí eso de que las paredes tienen oídos cobra un poco mas de sentido, tonto. –

Amanda me gusta, tiene algo de ese humor cruel que me encanta, murió en el 94’, por lo que sabe todos los trucos del lugar, yo solo soy un simple espectador. Un día tocó a la puerta, preguntó si podía entrar a ver televisión, al perecer el volumen estaba a un nivel perturbador, ella vivía en la puerta de al lado, pero no venía a quejarse, reconoció los diálogos de Dial M for Murder, y quería saber si podía compartirla con ella. La verdad era que ya la había visto infinidad de veces, pero si me gustaba Hitchcock quizás podríamos intercambiar películas similares que el otro no hubiera visto. La cosa era así, aquí no hay quien produzca un programa real, la TV no es más que lo que recuerdas que viste, aunque la fidelidad al original es abrumadora.

Las películas fueron la primera conexión entre Amanda y yo, aunque el gusto incluso se empezó a volcar sobre la música. Ella cantaba en un bar a pocas cuadras cada cuatro días en la noche; realmente no era un bar, era un apartamento más de los que estábamos acostumbrados, pero que lo manejaba una de esas almas incansables con gusto infinito por el jazz, que abría las puertas de su morada para llenarla de desconocidos que imaginaban hectolitros de alcohol. Edgar tocaba una Les Paul verde, acompañado por Amanda y un diminuto tipo en la batería, del cual nunca he sabido su nombre por su inmensa timidez, destrozaban jazz standards y cuanto ritmo se les antojara durante toda la noche, fumando, descosidos, entre risas estridentes. A veces me dejaban unirme en el piano, o cantar algo de swing, pero al negro Edgar, como le decíamos, no le gustaba mucho compartir el monopolio de miradas expectantes que se juntaban en su apartamento para oírlo tocar sus solos hiperdepurados que le habrían dando envidia a Miles Davis - aunque Miles tocaba era trompeta, igual ¿qué importa? – solía decir, extasiado por su adicción al microescenario.

Todos llegamos buscando a alguien, para los que conocimos el amor ese es el impulso principal. Yo la busqué por más tiempo del que recuerdo, sin éxito, imaginando papeles en los postes del ghetto, caminando hasta lugares inalcanzables por el sentido común, pero siempre regresando al 805 del bloque 76D sur. Concluí que ella, si bien esperó encontrarme, nunca habría tenido la certeza de a dónde ni cuándo llegaría, tampoco establecimos nunca en vida alguna forma de encontrarnos… pero es que el final, además de no tener fecha, siempre es mejor evitar asimilar siquiera la posibilidad de su existencia. - Yo llegué buscando a mi madre – me dice Amanda mientras prepara una de sus sopas – pero encontrarla es más difícil si haces conciencia que ella llegó buscando también a sus padres y ellos a los suyos. – sirve la mesa y me sonríe. Comemos sin hacer ruido, me mira con cariño, sin pesar – Tiempo sobra – dice para frenar mis lágrimas - ya verás como uno de estos días te la encuentras cruzando la calle. -

El clima es imperceptible, el ruido también, sólo llega la noche, el resto de cosas toca ponerlas en movimiento si es que se las quiere. Todo lo que no ves sientes que no existe, lo divino, el paraíso, las condenas. – Por mucho tiempo quise conocer a Ghandi o a Lennon- dice Amanda mientras Edgar toca el riff de Here comes the sun sobre una versión accidenta de Run like Hell de Pink Floyd en una noche dedicada al Rock para variar la rutina jazz. -¿Por qué no los buscas?, alguien ya debió encontrarlos. – le pregunto aunque me mira incrédula -sí, pero ¿no me dijiste que a lo mejor los encerraban o algo así? -
-depende, creo que muchos se hacen encontrar para exhibirse para el circo. – Nadie ríe - no caería mal un buen concierto - - no siempre es posible juntar a tantos contemporáneos en un mismo bloque - dice con tristeza –mejor, - le digo tratando de animarla, si los encuentras puedes armar un recital íntimo, deberías ir a buscarlos. - -deberías dejar de hablar tanto y terminarte el vino- responde cortante y pregunta -¿acaso no quieres hacer algo después?-

De los parlantes que rodean la habitación sale una versión calmada de Espérame en el cielo de Paquito Vidal la cual tarareo sin darme cuenta, cuando hago conciencia me atropella la tristeza. Amanda deja de leer un instante y hace un guiño mirando sobre el libro para calmarme, esa es su forma de hacerme saber que está conmigo. La gordura auto inducida confirma que mi mente está estable, pero aquella melodía cincela desde atrás mi conciencia. – Necesito tomar aire – comento con desgano.– Amanda me acompaña a dar una vuelta, no hay mucha gente en la calle, la calma imperturbable es un personaje constante.

Al cabo de tres horas viendo pasar gente y sin cruzar una palabra, veo un espejismo vestido de rojo dar vuelta tras el bloque F. Mis piernas entran en un ciclo automático y huyen sin consultar, Amanda corre detrás de mí por instinto.

Sin pensar en consecuencias pero con delicadeza tomo del hombro al espejismo para que se de vuelta.

-Te busqué – balbuceo.
-No me esperaste. – (las sonrisas estallan.)
-¿Quién es ella?-
-Mi esposa.-