13.4.07

Páginas Frías

Dijo algo de modo inaudible y enredado, sacudiendo mi hombro adormecido intentó de nuevo buscando fuerzas en un “Papá, Papá… hay un dragón en mi cuarto…” Quedé cómo catapulta luego del disparo, aturdido y con vocación de mecedora. Acompañé a Daniel hasta su cuarto sin que hubiera quitado esos ojos como relojes de pared, redondos y sin parpadear. Empujé la puerta y ahí en medio vi una cosa lagartiforme, de un naranja intenso, escamas, rasgos felinos, para mi sorpresa no tenía alas, lo que le daba un aire de serpiente; pero con cierta gracia y orgullo semejante al de un caballo muy fino. Por sus colores, no le di importancia a la escarcha cerca de sus ojos y mentón, pequeñas gotitas de hielo disimuladas por un leve tiritar del animal. Al verme se aventó contra la ventana, una, dos, tres veces, el vidrio continuó intacto, contra la pared, el closet, el techo… todas las veces rebotando con un sonido seco y firme. Cerré la puerta y fui por una escoba, arma imbatible contra murciélagos, mariposas, cucarachas y otra sarta de bichos que puedan aparecerse… era perfecta. Entré corriendo, abrí la ventana en cuanto pude con la prolongación en madera que ahora tenia mi brazo y cuidando no tropezar con el baúl de los juguetes me zambullí debajo de la cama. Con un chillido, Daniel cerró la puerta. El dragón cargó contra la repisa de libros y las otras pocas cosas que aún conservaban su lugar usual, finalmente encontró la ventana abierta por donde salió volando. Solo pude oír los tropiezos y la ráfaga de viento que dejó en silencio el cuarto, ahora libre de dragones.
Entre el polvo y las tablas de la cama sentí la fuente del problema al lado de mi pierna, frente a la rendija del aire acondicionado había una copia de “Manual de Zoología Fantástica” abierta de par en par, con sus hojas bailando un poco por el susurro helado que salía de la rendija que estaba abierta por completo. Lo ojeé con la poca luz que llegaba a mi escondite. Daniel abrió la puerta, cuando oí un chillido distinto, un chasquido y la sensación de un gato afilándole las uñas con el tapete no muy lejos de mí… lento me contorsioné para ver la esquina de donde provenían los sonidos. La luz era poco menos que tenue, pero reflejaba unos ojos azul chillón, del tamaño de platitos para poner tazas de café, que me miraban con un temblorcillo sospechoso. “¿Qué otra criatura se habrá escapado del libro queriendo huir del frío?” pensé.