19.9.06

Viviendo

Miró la pared del fondo y se sitió en una escena extraña, ella entró reclamándole alguna cosa, como lo había ensayado se acercó, le dijo unas cuantas verdades y eliminó la seriedad con un par de chistes flojos. La risa fue fingida, pero suficiente para hacer que la conversación se volviera absurda, con algo de sátira política y estupidez que rayaba con cultura basura televisiva, se entregaron a las carcajadas sin dejar de representar un poco de tensión incómoda. Luego de un merecido intermedio de tinto y nicotina, se encontraban los dos en la cama, pero discutiendo de lo extraña que estaba ella, de lo inútil que él se sentía, uno que otro comentario sarcástico y mil miradas de desprecio. Con una llamada de teléfono desvió su atención a lo que ella respondió saliendo enérgicamente por la puerta. Al colgar de hablar con “otra” solo creyó verla por la ventana de la cocina que aparentemente daba a la calle. El resto de la trama no tenía mucha importancia, se sintió liberado cuando cayó el telón, recompensado con aplausos fue tras bambalinas donde se quitó su disfraz y maquillaje, volviendo así a su mundo real, que es un mucho mas tranquilo.

17.9.06

¡Ojalá los Caguen las palomas!

Puedo verlo todo desde aquí. Bueno, Todo lo que se interponga desde la farmacia de esa esquina hasta la puertita verde de donde sale esa vieja señora a barrer tan temprano. Entre palomas y fotógrafos esporádicos veo mis días y siento el frío de mis noches, pues el escalón que me corresponde dentro de esta micro-sociedad no puede variar tan fácilmente. Hoy, veo que algunos encuentran trabajo en imitarme. ¡Ojalá los Caguen las palomas! como dirían las abuelas, mucho sudor y sangre me ha costado estar aquí parado, con mi espada al cinto y uniforme militar, no solo quedarse quieto es lo que debe ser loable, es merecer tanto bronce, tanta cosa, una placa, mi nombre, mi insignia, mi historia. ¿De que vale entonces un monumento si lo que se admira es su quietud? No mucho para algunos, pues una moneda igual no me hará moverme de aquí, ni siquiera un poco.

13.9.06

Acorde complemento

Nunca me gustó su incontrolable sed por las cosas viejas, nunca vi mas que polvo y desvida en cada uno de sus artículos, para mi eran pedacitos de basura, para ella un deleite visual. En nuestra decoración cada uno hizo sus concesiones, una mesa lisa y rectangular con tan solo un hermoso micrófono de los años 50, su pieza mas reciente sintetizaban todo. Odié las muñequitas rusas, los pedazos de que-se-yo que tal vez contuvieron a alguien alguna vez, incluso la espada oxidad en la pared, todo tolerado, simplemente porque la decoración era secundaria, siempre que ella considerara mi casa su hogar. Mientras miraba al horizonte por la ventana del ala oeste llamaron a la puerta, tres tipos de uniforme entraron cargando lo que para mi era una caja inmensa mal pintada. Terminaron de arrastrar entre tumbos un piano de cola que ocupó casi media habitación llenando un espacio que nunca antes fue pensado para usarse, ella entró con esa chispa en los ojos, saltando de la emoción mientras me contaba los pormenores de su travesía para conseguirlo, la estrategia de regateo, como mantuvo su actitud firme a no ceder a la historia conmovedora de su procedencia y la culminación del trato que cerró satisfactoriamente dando a cambio unos relojes y un ídolo celta que tenía en la sala. Sin pensarlo lo ataqué, mi adolescencia entera la pasé entre obras de Chopin y de Bach, sabía que este artículo en particular simulaba un regalo para mi, de esos sin fecha, que nacen del momento y no necesitan supersticiones-calendarias para ejecutarse. Dejé rodar mis dedos en infinidad de maneras, desempolvando recuerdos de notas, secuencias y armonías que al fluir sonaban todas tán cálidas. Practiqué sin cesar, viajaba con frecuencia para revisar los negocios aunque prefería los informes escritos, pero el piano tomo rápidamente un escalafón bastante alto dentro de mis prioridades. A medio camino del invierno de Vivaldi sentí ciertos arreglos que no estaban en mi partitura, ni que yo había hecho, presentí la incursión de un sexto dedo en el teclado y para mi asombro ví como notas que yo no oprimía se dejaban tocar por la nada complementando lo que yo ejecutaba. Obra de alguien tenía que ser, con escepticismo comencé y paré a medio compás, como esperaba la melodía continuó su andar sin necesidad de ayuda. Noté algo en su manera de tocar, era suave y emotiva, sin duda era alguien y no el piano mismo, una mujer delicada, algo aterrador de sentir y presenciar pero sublime de oir dada la situación. Ví un destello de su perfil cuando se cayeron las hojas que estaban frente a mi, su reflejo se proyectaba claramente a mi lado, sin que yo la sintiera cerca, podía verla y oírla. Mi mujer continúo comprando innumerables cachivaches, mis viajes a la ciudad por los negocios cada vez mas y mas infrecuentes me encontraban pasando mas y mas tiempo tocando su piano, el de ella. Fue extraño debo aceptarlo, pero su melodía y yo fuimos compatibles, conversábamos en frases cargadas de sentido y nos mirábamos profundamente siempre por el reflejo, la voz nunca fue necesaria pero la música descargó los sentimientos que debían ser exorcizados. En mi viaje mas reciente, no dejé un instante de pensar en ella, en su piano, en volver a sentarme a su lado y dar un concierto inolvidable. Revisé los negocios y asistí a reuniones de manera ausente, mi cabeza pensaba en ella nada mas. Al volver reconocí un jarrón nuevo y a mi hermosa esposa sentada al piano con una cara reluciente, abalanzó sus brazos en mi cuello en un abrazo apasionado y con un destello en sus ojos a pocos centímetros de mi cara, con un tono emocionado me contó su noticia, esa misma tarde habían afinado el piano, yo pasaba tanto tiempo encerrado en ese cuarto que ella había cotizado una restauración completa y esa tarde había puesto en marcha el mejor regalo para mi. La miré con asombro agradecido, la besé y ataqué una vez mas el instrumento, pero fue diferente, la busqué entre Brams, Strauss y Bizet, en nuestras melodías, en nuestros arreglos, su reflejo ya no estaba, solo un jarrón nuevo identifiqué al entrar, al menos mi mujer aun reconocía mi casa como su hogar.

4.9.06

Wink...

De buscar y mirar caras en el intricando techo de mi casa solo me quedaron dos cosas, un insoportable dolor de cuello, y el perturbador y latente temor a que alguna de ellas decida hablarme.
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2.9.06

En otra vida

En la última ronda que hice me quedé dormido, nunca entenderé algo, si me pagan para sentirse seguros…. ¿a qué le temen tanto? Desde que llegué a trabajar con ellos nunca he visto un intruso, nunca se ha roto la calma. La noche se iluminó por las estrellas y me despertó el motor del carro de la casa de puertas rojas, era una hora extraña pero tenía que mostrarme alerta. Bajó la familia entera, a la cabeza un Señor alto y elegante, de esos tipos que siempre llevan limpios sus zapatos, a su lado iba ella, caminaba adormilada con cierta gracia, su pelo de un agudo color oscuro haciéndola ver infinitamente delgada.

Por unos días la seguí desde afuera, en los descansos entre rondas e incluso durante estas asignándome la misión de protegerla. Pero su papá, al parecer, era sobre protector, nunca la vi fuera de la casa y siempre oí que su padre vociferaba órdenes para el bienestar de su chiquita. Pasé las noches en vela buscando la forma de acceder a ella, mis amigos me han asignado fama de vagabundo pero mi instinto sobre ella era de un sabor diferente, pero ¿Cómo acercarme sin faltar a mi tarea? Bha!, igual aquí nunca pasa nada, di mil vueltas hasta caer dormido solo para soñarla, los recuerdos relacionados con su presencia se acumulaban pero siempre con su imagen alejada por ventanas, puertas y cortinas. Me introduje de lleno a mi tarea para acallar todo lo que me recordara a ella, pero no podía borrarme la sonrisa de la cara cada vez que lo hacia y verla se convirtió en necesidad.

Cualquier martes me acerqué demasiado a la ventana, siempre estaba sentada en algún sillón o paseando por la casa, de eso llegué a conocerla un poco, se mostraba alegre y atenta a los asuntos de su alrededor, tenía una mirada muy fina que deslumbraba por la inusual virtud de tener un ojo verde y otro azul, de repente saltó del sillón y se acercó a la ventana a velocidad tal que no pude reaccionar, la conversación que siguió fue mejor que ensayada, nos leíamos los labios mas que oírnos la voz, me contó de su vida y yo le expliqué lo poco que configuraba la mía. Visitarla se convirtió en mi nuevo trabajo, la calma el vecindario entero continuaba aunque la casa de puertas rojas ahora retumbada de ordenes nuevas que tenían que ver con mis visitas de ventana, quise que las tardes no acabaran pues llegué a pasar algunas sin parpadear ni musitar palabra solo viéndola, esta vez a los ojos, monopolizando su mirada que consideré adictiva.

Planeé el escape hasta encontrarlo perfecto. Me armé de valor y a la hora convenida con la luna en su cenit, toqué su ventana, abriendo primero su azulado ojo reconoció la señal y de un salto llegó a la puerta de su cuarto, me apresuré a ayudarla salir por una pequeña abertura entre las que daban hacia el patio, pero su delgada figura no tuvo problema en franquear ese obstáculo, corrimos hacia la oscuridad de un monte cercano y en un destapado rellano de pasto muy corto nos tiramos a contar estrellas, a contarnos nuestras vidas, a contarnos nuestros sueños, a sentir nuestro amor, a sentirnos juntos, a jugar con fuego. Desperté solo, juro que en algún punto la noche nos hizo caer exhaustos, corrí hasta la casa de puertas rojas y la busqué en todos los cuartos, pero entendí con el sonido de motor que se alejaba que se había ido. Solo por eso sigo mi tarea, velo por la seguridad de todos sin entender aun a que le temen, espero con ansia que regrese, mis amigos me consideran aún un vagabundo, pero tal vez sea en otra vida que nos veamos, no estoy muy seguro reencarnados en que… pues en esta ya somos gatos.