26.8.07

Morfeo sobre ruedas.

Los buses siempre llaman mi atención, por lo impersonal del trato, la pluralidad de personajes que entran en contacto estrecho al interior de ese casquete de metal, por esa atmósfera sórdida y desatenta. El más curioso en el que he montado no lo recuerdo propiamente por sus adornos cursis e imágenes religiosas, sino por ese bao tan tibio. Tenía que hacer varias diligencias en la tarde, soborné a un amigo con una invitación a un café si me acompañaba, no era mucho, ni tan lejos, por lo que aceptó sin regatear. A unas cuadras de mi apartamento estiré la mano como se usa para indicarle al obeso conductor del bus que preferiría montarme allí que seguir caminando. Era de esos buses pequeños, de no mas de 24 puestos, donde de estar parado la cabeza se inclina un poco para caber completamente, así mi estatura sea incluso menor a la del promedio. Antes de pagar sentí el calor, ya la máquina estaba en marcha y mi amigo y yo con la cabeza ladeada buscábamos equilibrio en nuestros pies. Nadie adentro se movía, lo que me asustó, el reloj rondaba las 4 pero los 2 niños, de tal vez 8 y 6, sentados en las piernas de sus madres estaban desnucados por el sueño. Un ronquido cual espasmo me forzó a mirar a la esquina donde un tipo de bigote aplastaba su cara contra la ventana. Dudé en afirmarlo, pero la tibieza del ambiente no se podía ocultar, mire uno a uno a los pasajeros y sus formas de dormir. Todos entregados al sueño, todos en movimiento sin estarlo, todos aportando boca abierta a esa atmósfera enrarecida. Los únicos despiertos éramos mi amigo y yo, para nuestra calma también el chofer del bus. Nos bajamos pronto en nuestro destino antes que se nos pegara el sueño del ambiente. Tal vez por lo extraño y confuso de lo ocurrido guardamos silencio por los minutos que siguieron. Éste se rompió con una carcajada cuadras despues, con la que comprobé que no estaba loco ni que lo había imaginado, pero todo fue tan absurdo que la única explicación coherente parecía ser, luego de discutirlo, que Morfeo decidió tomar el transporte público para llegar a su casa, que no respondía propiamente al por qué de la hora, o por qué en Bogotá, y dejaba el vacío de no haber visto la bolsa de arena en el piso del bus, pero igual agradezco que dejara despierto al chofer, pues no estaría contando esto en una sola pieza… a no ser, que el mismo Morfeo fuera quien estuviera manejando esa tarde.

13.8.07

Un mar por ti

-6125 fuerza canejo.
Encontró el sobre al abrir el portón de la casona, "En el mundo, -decía en caligrafía surcada por dolor- a partir de hoy, hay ocho mares. Siete que navegaron piratas y corsarios y, uno que lloré por ti; no para ti." y como punto final tenía una lágrima seca que arrugaba un poco el papel. -Cuentan los que sobrevivieron- dijo el abuelo abarcando el paisaje con un movimiento de brazo -que esa tarde fueron a buscarlo, temerosos que se hubiera suicidado luego de escribir semejante telegrama de dolor, partieron con un hacha la puerta de su casa, que contaba con un cerrojo enorme de casona vieja de pueblo y que de ningún modo cedía hacia el interior. Con el primer hachazo la puerta se quebró entera, de la casa salió un torrente de agua que inundó la calle y el pueblo completo incluido el campanario de la iglesia, ahogó a los que no lograron llegar a esa montaña de allá y formo la laguna que están viendo.- El mas pequeño de los niños que estaban atentos al relato no lo creyó -Parezze un lago cualquiedda,- dijo como pidiendo explicación -en la histoddia dijizzte que edda un mar.- su abuelo cabeceó un poco, pero sin ofenderse respondió -Igual lloró bastante, ¿no crees?- apretó los ojos para ver mejor mientras decía -y si miras bien, en el fondo sigue el pueblo. Además, toda la laguna es salada, cosa que tampoco es normal- Violeta, que no era la mayor de grupo preguntó por la mujer de la historia -y, ¿Ella se salvó?- esperó la respuesta poniendo esa carita de sorpresa que las niñas de su edad saben hacer -Si, si- afirmó su abuelo -aún sigue viva.- El más pequeño, sin estar convencido, le replicó que cómo lo sabía -Porque- dijo el viejo con una sonrisa orgullosa y averiada -me casé con ella, es tu abuela, que conserva la carta para recordar que nunca se debe llorar tanto en vano.-

7.8.07

Escena final.

Con la primera estocada él despertó, por el dolor.
En la tercera puñalada,
ella vio cómo con los ojos desorbitados se le escapaba, a Pablo, la vida por la boca.
Con sorpresa, Pablo se encontró solo en la cama,
revisó confundido su cuerpo ileso. Se sacudió un poco el sueño moviendo la cabeza y, oyó un ruido fuera del cuarto.
Lo siguió hasta descubrir la fuente de los sollozos ahogados,
que pretendian ser discretos,
en el baño del pasillo.
Prendió la luz y,
vió a Jimena acurrucada en un esquina,
con su pelo enredado, enloquecido y empapado por las lágrimas,
tratando de esconder tras su espalda el cuchillo que siempre clavaba en las pesadillas de Pablo;
pero que esa noche,
como tantas otras,
como todas en las que Pablo veía su escena final,
no había encontrado el coraje para usar.