Le cumplí a Kal'el, por fin; éste cuento lleva varios años cocinándose.
Estaba retrasado haciendo el ensayo para Epistemología de la Historia, era la primera clase del jueves, ya tenía varios párrafos en borrador y, aunque mi argumento era sencillo, las ideas me mantenía dentro de la biblioteca de la universidad, escudriñando entre los libros que no tenían nada que aportarme. Ya estaba llegando al punto donde la quietud de la biblioteca comienza a asfixiar y a drenar la concentración; abusar del silencio lo hace jugar en contra nuestra. Y ahí estaba, en la cuarta columna del olor a literatura, entre dos novelas de Murakami, la carta que me quita el sueño hasta la fecha. Estaba bien doblada, sin sobre, manuscrita en caligrafía minuciosa, no llevaba fecha en su parte superior. La curiosidad ganó, la leí con morbo, esperaba encontrarme con un correo clandestino de enamorados cursis que se dejaban notas entre libros y que, con nostalgia,escribían sus sentimientos en papel, para escapar de los medios de comunicación efímera que nos da la tecnología; no pude estar más equivocado.
La carta la firmaba Michael M., nombre que nunca había escuchado en ningún pasillo, pero que tengo cincelado en la conciencia, con tono pausado y amable se presentaba en un párrafo, estudiaba antropología, último semestre, daba la dirección de su casa y un teléfono de contacto, desparramaba sus datos biográficos para dejar claro que sí había existido en este mundo. Su ortografía era impecable, y la línea de cada oración recta, como si el papel no fuera blanco desde el comienzo pero, ya inmerso en el texto, empezaba su confesión. Narraba con detalle la investigación que llevaba a cabo mientras escribía, su tesis de grado al parecer, acerca de unos seres de los cuales no tenía nombre ni referencia pero que, según él, eran la cuasa-prima de de la mayoría de los eventos cotidianos. Afirmaba que eran perceptibles, pero que sabían limpiar bien sus huellas ― Borran todo, borran la memoria de las personas ― precisaba cortante ― ¿nunca han sentido que de pronto hay algo que el resto de las personas da por sentado y para uno es completamente nuevo? una pared, un libro, un hueco en el anden. El azar confunde, tanto a ellos como nosotros, muchas veces dejan quedan cabos sueltos por el azar, solo que no les importa, nosotros estamos entrenados socialmente para olvidar y adaptarnos; yo me prometí no olvidar. ― no lo creí al principio, el texto tenía un ritmo interesante pero mi parte racional se negaba a caer en su trampa ― Si alguien lee esto ― decía antes de su firma ― le ruego que me busque: Si no existo, si no existí, me creerá que fueron ellos.
Opté por no dejarme perturbar, invité a unos amigos a tomarse unos tragos en mi casa, la verdad era que no soportaba la idea de pequeños hombres azules, como en The Twilight Zone, que le dieran cuerda al mundo ajustando sus tuercas, prefería estar acompañado. Se fueron tarde y el apartamento no sufrió mucho con el desorden, me quedé con los vasos sucios y el desespero... tenía que darle una respuesta, le debía una respuesta.
Entregué el ensayo el jueves temprano, era una una obra mediocre pero cumpliría lo que Gonzalez pidió; llevaba la carta conmigo, revisé los números de contacto y la dirección que estaba escrita. Llamé y no obtuve respuesta... número inexistente, repetía la grabación de la operadora, la misma grabación me contestó al otro lado cuando intenté llamar al celular que transcribió M. Era una prueba sencilla, pero no decía nada. Me paré frente a la facultad de antropología y le pregunté a varios de los que iban entrando si conocían a M., no me extrañó su negativa. Entré a las frías oficinas de la facultad y fingí ante la secretaria mas próxima una angustia infinita ― ¡tengo que encontrar a mi hermano!¡urgente! ― le dije ― ¿puede mirar en qué clase está? ― le armé una historia que incluía una tía enferma y hasta líos de plata. Buscó con paciencia en la base de datos que tenía a mano pero no dio con el tal M. Los registros electrónicos son sencillos de eliminar, pensé, la letra de puño alrededor de tanta información pudo conservar el escrito, pero no deja de inquietarme. Almorcé sin prisa, volví a la biblioteca buscando otras pistas; pero acepté lo que ya tenía decido, debía buscarlo en su propia casa.
Eran casi las seis cuando llegué al barrio La Esperanza, moverse esta ciudad y su tráfico estreñido termina siendo un asunto de paciente costumbre. Me bajé una cuadra antes, me sabía la carta de memoria, por lo que fui dejando algunos puntos al azar, tropecé, me lancé a la calle de repente, llegué a salvo, pero valía arriesgarse. Enfrente del edificio busque en el bolsillo para confirmar la dirección... pero la carta estaba en blanco, cuatro páginas manuscritas totalmente en blanco, la guardé entendiendo donde iba a parar todo esto.
Tomé un taxi hasta mi casa, dejé que el taxista eligiera la ruta y desvié su conversación con una risa nerviosa. Las llaves del apartamento se escondieron entre algunas monedas, me cercioré al bajarme que aún tenía todo: billetera, llaves, monedas, todo en orden, pero ninguna carta en mi chaqueta, no sabría decir si se salió al momento de pagar el taxi o desapareció; aunque seguía acordándome de ella, palabra por palabra, de lo que tenía escrito, eso no coincidía con la narración de M.
No recuerdo haber dejado la luz de la concina prendida cuando salí para la universidad ésta mañana, y eso sucede, un error casual... me senté en el piano luego de quitarme los zapatos e intenté improvisar sobre una armonía sencilla y... ¿si ellos están oyendo?
Quise escribir todo esto para replicar la carta de M., aunque pensándolo bien, a él no le sirvió de mucho; incluso pensar su nombre me da miedo, ya lo he escrito muchas veces, ¡he dejado tantas pistas!... les va ser fácil encontrarme.
Pensarán que podría seguir viviendo tranquilo, creyendo que fui engañado con unos párrafos fuera de contexto, una broma sin dueño o una autobiografía casual, sería más sencillo, lo se, un papel se pierde, de pronto aluciné todo por no dormir bien, pero prefiero asegurarme, temo que mi mundo esté siendo doblado por otros, como ahora. No quiero que me busquen, será mejor que lo olviden... por mi parte, elijo aceptarlo, ellos vendrán pronto a borrarme a mí.
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