12.9.11

La máquina de contratos.


A mis amigos, porque muchos son un invento de Ramírez.



Era jueves en la tarde cuando llegó el ingeniero Ramírez a la puerta de la Firma. El tipo detrás del escritorio grande lo recibió en el asco propio de estar perdiendo el tiempo, pero por mera cortesía se dejó sorprender por la oferta que Ramírez tenía a por hacerle. – Le tengo una máquina de contratos – le dijo Ramírez antes de darle tres tragos largos al café sedimentado que le sirvieron, el tipo detrás del escritorio grande le dio a entender que no estaba interesado – Lo que hace un abogado – dijo intentando disimular su molestia – no puede sistematizarse – es más, en ese tema, se trata de una labor de sastrería y filigrana… no de algoritmos. – El ingeniero Ramírez estaba preparado para esa repuesta, por lo que le explicó que la inteligencia artificial resolvía sin dificultad esos problemas – La máquina no llena formatos – le expresó con calma – ajusta lo que ustedes ya tienen a términos de referencia que podemos enseñarle a la máquina.

El tipo detrás del escritorio grande refunfuñó mientras se acomodaba en su silla, era difícil de creer lo que Ramírez ofrecía, pero le pidió que continuara. – Es sencillo, créame que lo vale, la máquina anda a punta de café y agua, si requiere mantenimiento lo prestamos sin costo; además nosotros seríamos los dueños de la máquina y usted pagaría una suma pequeña mes a mes como arriendo y así se evita uno que otro impuesto. – sonrió con picardía y le dijo – la verdad, doctor… ¿le puedo decir doctor?... su competencia ya tiene varias de última generación como la que le ofrezco… lo digo solo para que sepa. –

El resto de la reunión fue cordial, terminó con un apretón de manos, pero no se cerró el negocio. El tipo detrás del escritorio grande lo pensó, con la poca matemática a su disposición, presupuestó el riesgo que ya entre sus dientes estaba dispuesto a tomar; redactó un correo pidiendo los detalles por escrito (para su formal posteridad), se tomó una semana más para analizar las condiciones y pedir una rebaja, ya sabía qué respuesta iba a dar… siempre lo supo.

Un miércoles en la mañana confirmaron la entrega – Que sigan a instalarla – ordenó el tipo detrás del escritorio grande con ansiedad de niño en navidad. Salió de su oficina para asegurar que el espacio dónde iría la máquina estuviera libre y limpio. – Disculpe joven – le dijo al indefenso con corbata prestada que estaba sentado en el lugar prometido – tiene que buscar otro puesto, ese ya le está asignado a una máquina. – El indefenso se paró sonriente– ¿la del ingeniero Ramírez? – preguntó y estiró su mano – mucho gusto Doctor, yo soy Diego, yo soy la máquina que pidió.

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