5.3.09

En el número 8.

-No todos saben lo que son.

El numero 8 de la línea naranja, luego de media hora de recorrido, me deja a tres cuadras de la oficina. En una ciudad en que el esmog es omnipresente, como Dios, porque el casco urbano cuenta con una iglesia cada cuatro esquinas y hollín en cada partícula de aire restante, hay extraños que suben a los buses, que muchos parecen humanos, pero para quienes prestan atención, no lo son del todo.

Hace dos martes subí al número 8 como de costumbre. Al poco rato una señora con aire rancio, de nariz garruda y pelo enmarañado, pagó y se sentó en el puesto contiguo al mío Al ver las uñas a medio pintar, las manos huesudas y la ojeras de oso panda, decidí dejar una distancia mayor a la usual, como esa que por salud debería existir entre el parecido de las muñecas y los bebés reales. Para mí era una bruja, de eso no había duda, sólo que quizás era ella la que no lo sabía.



Imaginé a su bisabuela perseguida hace más de un siglo, condenada al exilio para evitar la hoguera. Vi el aquelarre, el correo, evité la imagen del caldero, aunque si la de los libros centenarios y descuadernados.

Chequeé su presencia, pero se había cambado de puesto para mirar por la ventana justo frente a la mía. Pensé en su abuela, con un local cuya concentración de polvo en el ambiente era casi letal, detallé como manipulaba las cartas, el té, las profecías.

El bus frenó en seco. Desde atrás, un joven de camisa gris, con un insulto elaborado maldijo al chofer. Yo, como acostumbro, viré para notar al gritón, pero encontré además que ahora la bruja estaba sentada juntos al fabricante de obscenidades.

Cerca de mi destino traté de darle sentido a la historia de la bruja; una joven que huye embarazada, que trata de forjar una vida lejos de la magia, negando a ultranza todo vínculo con su pasado de hechicería. Sólo que su hija, hermosa como tantos bebés, no pudo huir a su lastre genético y, por más que vistiera y se comportara como mandan todas las –turas, parecería una hechicera así montara en el número 8 para ir al trabajo.

Timbré indicando mi parada y la bruja, ahora sentada junto a la puerta, se aferró a mi brazo , ¡cuidado!, dijo despacio con la mirada perdida hacia el frente, cuidado con los rectángulos sin base. Quedé horrorizado y confundido el resto del día. Tal vez invoqué la tragedia, o le di mucha importancia y me creí ese susurro fue profético. Esa tarde, me grapé, por erro o por justicia, dos veces los dedos manipulando unas fotocopias, todo por no atinar a tiempo qué quería decir la bruja con “rectángulos sin base”

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