- Vamos ya – dijo casi con desprecio – de nada sirve que sigas escondido. – Giré para ignorarlo, pero se acercó decidido arrastrando los 2 morrales que con esfuerzo bajó por las escaleras hasta aquí - ¿Quién dijo que me estoy escondiendo? – le pregunté. En el fondo sonaba una versión audible de Las Cuarenta de Grela y Gorrindo. Llevaba poco mas de 4 meses viviendo bajo la estación de radio de Javier, nunca tomé la decisión de vivir bajo tierra, las revueltas me convencieron. – Es peligroso que sigas aquí – dijo tembloroso, esfumada la firmeza del minuto precedente – peligroso para mí. – concluyó. Javier siempre fue un cobarde, desde el día que rompimos el vidrio del carro de la señora Gutiérrez, cuando apenas raspábamos los 5 años, estampó la cobardía en su frente cuando su escondite fue descubierto y me vendió por ahorrarse una palmada.
Me dijo, como para convencerme, que yo estaba desconectado del mundo, que ya era hora que al menos mirara por la ventana.
Algo andaba mal, nunca lo vi tan asustado, yo tenía un acceso ilegal a internet (un lujo estos días) , un televisor de antena (aunque sólo entraban los cananles intitucionales) y una emisora clandestina, con la que me comunicaba con otros personajes y sus vidas lejos de todo esto, ¿Qué mundo tenía que ver?, desde aquí podía acceder a todo; el mundo, repetía Javier. Tienes que ver por la ventana así ya no se vean los atardeceres, dijo con la mirada en blanco. – Que cursi estás – le reclamé en burla, chistó con ira y me haló del cuello de la camisa.
– Vives engañado – me reprochó- y crees que eso es vivir.
Con un grito y sin hallarme asesté un puño en su quijada. No se defendió, esquivó los golpes que pudo y se tragó los ruidos de dolor, trató de alejarme, pero no se defendió, algo ocultaba. Con sangre en la boca en una pausa de mi trance, balbuceó que me calmara, y con esfuerzo logró conjugar mi sentencia – Están arriba – dijo tosiendo – saben que estás aquí.-
Era imposible, desaparecí sin acudir a nadie más que a Javier.
– Interceptaron la radio, controlan las imágenes que ves en el computador… - explicó –
-Yo estoy viendo el mundo – me defendí obstinado-
-El que quieren que veas, en parte para que no salgas de ahí, en parte para que vayas a buscarlo mientras te esperan vigilantes en la puerta entre ceniza y lo que queda de esta ciudad en blanco y negro. Llevas hablando por radio con ellos varias semanas, ya no queda ningun otro de los tuyos.
Mi mente está en blanco - ¿Qué hacemos? - Le pregunto, sin convicción, al cobarde más grande que he conocido – Vivir. – me dice entregándome uno de los morrales pesados – Vivir…
Me dijo, como para convencerme, que yo estaba desconectado del mundo, que ya era hora que al menos mirara por la ventana.
Algo andaba mal, nunca lo vi tan asustado, yo tenía un acceso ilegal a internet (un lujo estos días) , un televisor de antena (aunque sólo entraban los cananles intitucionales) y una emisora clandestina, con la que me comunicaba con otros personajes y sus vidas lejos de todo esto, ¿Qué mundo tenía que ver?, desde aquí podía acceder a todo; el mundo, repetía Javier. Tienes que ver por la ventana así ya no se vean los atardeceres, dijo con la mirada en blanco. – Que cursi estás – le reclamé en burla, chistó con ira y me haló del cuello de la camisa.
– Vives engañado – me reprochó- y crees que eso es vivir.
Con un grito y sin hallarme asesté un puño en su quijada. No se defendió, esquivó los golpes que pudo y se tragó los ruidos de dolor, trató de alejarme, pero no se defendió, algo ocultaba. Con sangre en la boca en una pausa de mi trance, balbuceó que me calmara, y con esfuerzo logró conjugar mi sentencia – Están arriba – dijo tosiendo – saben que estás aquí.-
Era imposible, desaparecí sin acudir a nadie más que a Javier.
– Interceptaron la radio, controlan las imágenes que ves en el computador… - explicó –
-Yo estoy viendo el mundo – me defendí obstinado-
-El que quieren que veas, en parte para que no salgas de ahí, en parte para que vayas a buscarlo mientras te esperan vigilantes en la puerta entre ceniza y lo que queda de esta ciudad en blanco y negro. Llevas hablando por radio con ellos varias semanas, ya no queda ningun otro de los tuyos.
Mi mente está en blanco - ¿Qué hacemos? - Le pregunto, sin convicción, al cobarde más grande que he conocido – Vivir. – me dice entregándome uno de los morrales pesados – Vivir…