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Zeljko me encontró llorando enrollado en el piso como un niño, me invitó a desayunar y no preguntó nada hasta entrada la mañana. Di pocas explicaciones, sobre haber estado secuestrado y no muerto, la celda inmunda donde estuve enclaustrado, etcétera, omitiendo, claro, detalles específicos de su ubicación, mis sospechas y de los planes que se iban arrumando en mi cabeza con cada mordida al pan duro que muy gentil Zeljko me había convidado. Luego de agradecer por un rato y permaneciendo sombrío y distante partí hacia la plaza central, en la iglesia me entrevisté con el párroco, que entre otras cosas por la amistad que tuvimos desde chicos no dejó de temblar asombrado de mi regreso… de mi regreso y con semejante relato. Le pedí el favor por el que vine – Toma éste… – dijo sin dudar, se quitó del cuello un pequeño crucifijo en plata y lo soltó en mi mano – asentí firme con la cabeza, me bendijo y me preparé para lo peor. El pueblo cuenta con tan solo 1 estancia, una tosca taberna atendida por una voluptuosa mesera, que asigna las 4 únicas habitaciones sin dueño en el pueblo a modo de hotel. La número 3, pensé, siempre me persigue… nada estaba muy claro hasta entonces, mi cabeza todavía no conectaba todos los cables, sólo esperaba que Gavranicic viniera por mi esa noche… ya me había encontrado una vez, tal vez tenia olfato de perro, no tardaría en dar conmigo de nuevo. Me desvelé por la ansiedad, el cuartucho, que sólo contaba con una vela y una mesita al lado izquierdo de la cama me fue consumiendo con cierta claustrofobia, en algún momento cercano a media noche los recuerdos comenzaron a golpearme, uno a uno, Nicolai, Andriy, imágenes del colegio en llamas, imaginé mi casa en llamas, ésta inmunda celda, el viento apagó la vela, en ese momento fue que sentí el pinchazo. Recogí mi brazo izquierdo por el dolor inmenso que me acogía, que me desgarraba por más que lo apretara contra mi cuerpo sin entender porque además me quemaba el pecho literalmente. Arranqué el crucifijo envolviéndolo en las sábanas y vi como una silueta se abalanzaba sobre mi desde la puerta, pude esquivarlo para mi sorpresa, levanté la mesita y la partí en su espalda, Gavranicic se incorporó con furia y continuó atacando, haciendo reclamos sobre su hijo, sobre como yo lo había matado, sobre como le había robado a su nuevo hijo y como había acabado de la misma manera con él. Los golpes hacia él fluían certeros, para mi sorpresa, ahora luchábamos en igualdad de condiciones, sin pensarlo levanté la cama de roble en la que supuestamente intenté dormir y la descargue en su cabeza destrozándola en centenares de astillas. Sin gritos, sin dolor, tan solo con tropiezos continuó el embate, caí al suelo consecuencia de un golpe con su codo, recogí una de las patas astilladas antes de incorporarme y con parsimonia viré hacia mi izquierda, para que Gavranicic siguiera de largo y con la fuerza del giro incrusté la pata de la cama en su espalda dejándolo caer de bruces en dirección contraria a la que yo me dirigía. En el piso, en silencio de la noche, comenzó a desvanecerse con el sonidito áspero con el que perdí a Nicolai esa mañana. Miré mi brazo, dos agujeros no muy profundos se acomodaban dibujando una mordida… la luna estaba llena, no tenía heridas a pesar de la vigorosa pelea, mi piel estaba de este pálido-verduzco y el contorno de mis orejas empezó a afilarse, entendí todo al no ver mi reflejo en el vidrio de la ventana.
Volví al castillo de Gavranicic antes del amanecer, porque era el único lugar donde podía huir de la luz del sol y vivir de manera digna, no se porqué me cuento esto, tal vez para no olvidarlo, desde la celda donde empezó todo, extrañando mi reflejo en los espejos, el amanecer desde la montaña, la risa de la gente cuando está despierta, el olor de las mañanas y el incandescente calor de medio día, me pudro viviendo en la casa del maldito que me quitó la vida… o peor aún, en la del vampiro a quien yo terminé quitándole todo en su desvida para hacerla mía.
Volví al castillo de Gavranicic antes del amanecer, porque era el único lugar donde podía huir de la luz del sol y vivir de manera digna, no se porqué me cuento esto, tal vez para no olvidarlo, desde la celda donde empezó todo, extrañando mi reflejo en los espejos, el amanecer desde la montaña, la risa de la gente cuando está despierta, el olor de las mañanas y el incandescente calor de medio día, me pudro viviendo en la casa del maldito que me quitó la vida… o peor aún, en la del vampiro a quien yo terminé quitándole todo en su desvida para hacerla mía.