- que calladitos que están todos.
Nunca había tenido tanto frío, su mamá le había repetido hasta el cansancio que empacara muy bien una chaqueta, pero ella la guardó en la maleta porque no quería cargar tantas cosas a la mano y la verdad, le daba vergüenza andar tan atareada por la estación. Roma no estaba tan mal, pensaba oyendo La Verónica, Roma no estaba tan mal.
En la plataforma la esperaba Beatriz, una señora regordeta, que tenía el encanto propio de esas mujeres que conservan su belleza de juventud, aún con un tanto de años más a cuestas, se dejaban ver entre sus pliegues esos años de gloria. La recibió con un abrazo fuerte – ya hablé con tu mamá – le dijo – deberías llamarla cuando lleguemos. –
Verónica descargó su maleta en el cuarto de arriba, en el 7 de la Via Privata Salento era una prueba de lo que el tiempo puede dejar en pie. Tenia tres pisos y más escaleras de las que uno quiere encontrarse a diario. – Puedes usar el armario si quieres – le dijo Beatriz – ¡ey!, ¡ahí estas!, mira, espero que no te moleste Gaspar – El gato negro se paseó entre sus piernas y miró a Verónica por un momento. Se quedó quieto, alzó la pata izquierda con cuidado, entreabrió la boca y saltó a la ventana sin que se sintiera. – Está muy lindo – dijo ocultando el asco; odiaba los gatos, le generaban desconfianza.– supongo que tendrás hambre niña, ya casi está lista la comida. – La anfitriona cerró la puerta al salir y bajó las escaleras con prisa.
Las ventanas daban al techo del segundo piso, pudo verse trepando por el techo como película con persecución, puras tonterías, y en el techo Gaspar – Aura – pensó – en la visión de Montero quemaban a los gatos... afortunado. – El aire del cuarto era pesado, los cuartos para las visitas tienen eso, el desuso en sus entrañas, aunque lo agradecía, su mamá había contactado a Betriz, su amiga de colegio, luego de años sin hablarse. Ahorrarse unos euros en Milán siempre viene bien.
La mesa estaba servida y Roberto, el esposo de Beatriz, ya estaba comiendo, saludó sonriendo e intento, con agrado de buen anfitrión, una pequeña conversación para romper el hielo. Era viejo, se le veía en las manos – ¿te gustan las muñecas? – preguntó en un buen español invitándola a servirse más sopa – hace años que no juego con una – respondió Verónica – Bueno, pregunté si te gustan... es que las coleccionamos – le explicó – a Beatriz le encantan las muñecas de porcelana. ¿cierto amor? En un tu cuarto hay unas cuantas, las más lindas, en el armario, ¡qué rica está ésta sopa!... jum... la mayoría están en el sótano. – Gaspar se subió a las piernas de Verónica y empezó a ronronear – ¡bájate!, me gustan, claro, nunca tuve una pero son tiernas... – miró su plato y terminó de comer en silencio, se disculpó por la fatiga del viaje y subió al cuarto.
[Continuar...]