19.10.09

Partid de sânge (1/2)

-cuento vampírico por encargo para clase de 'Narrativas del mal'
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Fui llamado el martes pasado a cubrir un caso particular. Según me advirtieron, uno de los tantos muertos que azotan ultimamente a Silajo, había dejado un testamento, siendo que todas, porque en su mayoría eran mujeres, las que habían padecido la palidez y la hambruna que precedia su velorio, nunca dejaron siqueira una nota… por la vergüenza tal vez. La notaría rebosaba de periodistas como yo, que vimos cómo el abogado del difunto servia de testigo para la apertura del sobre y presenciaba con nostros al notario leyendo a viva voz, como manda su oficio, el texto que aquí les facilito.


Si Lara Clim no me hubiera convencido, yo nunca habría ido a la mansión Makber – Debes prometer que no le dirás nadie lo que pase ahí dentro – me advirtió. Por el reciente amor obsesivo que yo sentía hacia ella, la acompañé sin vacilar, no me importaba qué condiciones pusiera. La invitación era inusual, como todo lo que emanaba de Lara. Ella era una mujer que había crecido en una de las cunas más acomodadas de Silajo, aunque su personalidad nunca fue nisiqueira cercana a la refinada pulcritud que su madre siempre quiso inculcarle. Se paseaba por el filo de la irreverencia exhibiéndose impune por su condición de delfin, alardeando de sus extrañas costumbres, que mas bien deberían calificarse de exéntricas. Así mezclaba a la perfección la ternura y la picardía desmedida que dejaba una estela imborrable en el pensamiento de aquel que se tropezara con ella.

Llegamos entrada la noche a la mansión de Rots Makber, uno de los terratenientes mas importantes de Silajo, quién habia amasado una incalculable fortuna a muy temprana edad y sus fiestas, se rumoraba entre las chismosas conversaciones de peluquería por toda la ciudad, siempre habían gozado de un aire inmoral, aunque rara vez contaban con la presencia del anfitrión. Partid de sânge, escribió Lara en el papel que le facilitó el corpulento pero bien vestido guardia de la mansión. Nos escoltó hasta la habitación contigua al comedor donde ya estaban reunidas unas dieciocho personas, calculo que de poco menos de treinta y cinco años, como nosotros. Entre ellas resaltaba sin esfuerzo la presencia de Kerrah, un tipo de movimientos con gracia felina que una vez hizo contacto visual con Lara salió a nuestro encuentro.

Se disculpó al presentarse por su apellido, nunca supe su nombre ni supe si Kerrah era en verdad parte de éste. Confesó que era la primera vez que asistía a una fiesta en la mansión Makber, pues sólo se podía asistir a ellas si se es invitado por alguien que las frecuenta. No pude evitar clavar mi mirada sorprendida encima de Lara, quien se rio burlona, guiñó su ojo e hizo caso omiso a mi reacción. La acompañante de Kerrah habia tenido que marcharse – Seguro se sentía mal por algo que comió – bromeo mientras pasábamos al comedor.

No había sillas, sólo la mesa de 16 puestos, repleta de pequeños bocadillos, anfetaminas en bandejas de plata, ginebra suficiente para embriagar a toda la armada británica y un cargamento de dogras innombrables que de enterarse la policía, todos habríamos pagado una vida entera de condena en la carcel por posesión de estupefacientes. Mis recuerdos luego de las primeras pastillas son confusos, recuerdo a Lara desnuda, igual que los otros invitados, participando de mi mano en esa orgía palpitante que aparecía de a cuadros en toda su obcenidad. El cuarto había sido equipado con luces destellantes que al apagarse sumian el comedor en la oscuridad total, y relampaguéando enceguecían a todos los participantes. Recuerdo que todo ocurría como un baile coordinado por un titiritero inexistente, entre risas dispersas y suspiros acompasados que duraron toda la noche.

Noté, al despertarme en el cuarto principal de mi apartamento, pequeñas cortadas mi brazo; el que Lara tenía secuestrado en su sueño babeando la almohada. Les di explicación en las siguientes visitas. En realidad en las mañanas que le seguían a las fiestas, donde armé de una las piezas de mis recuerdos fraccionados por diversos venenos. Beber un poco de la sangre de tu compañero era el rito central del despliegue de desnudez bajo el techo de la mansión de Rots Makber.

Nuestra asistencia a la Partid de sânge se tornó rutninaria, y mi amor por Lara innombrable y colosal estallaba dentro y fuera de tales fiestas. Kerrah visitaba la mansión con igual frecuencia. En las breves charlas que precedian la entrada al comedor logramos afianzar una pequeña amistad enclavada en la complicidad. Siempre estaba rodeado de alguna mujer hermosa, aunque igual su aura retenia la atención de todo el entorno. Solía bromear, enfatizando con sus finos ademanes, haciendo gala de un exquisito sentido del humor.
– La gente ya está diciendo que se trata de vampiros – creo que le dije alguna vez acerca de las muertes que se estaban presentando fuera de nuestros círculos sociales.
– No creerá en cuentos tan tontos ¿o si? – me respondió arqueando las cejas
– Claro que no – me interpeló Lara – los pobres suelen culpar de sus enfermedades a lo sobrenatural y no se dan cuenta que es cómo viven lo que causa esas desgracias…
– ¡Que viva la revolución! – brindé para irritarla
– No seas tonto Nil, sabes bien a lo que me refiero. –
La verdad era que muchas de las mujeres que frecuentaban la mansión Makber también se habían infectado de la hamburna mortal, como mal habían bautizado los periodistas locales la epidemia, sólo que nunca nos dimos cuenta, desaparecian de la vida pública sin avisarle a nadie, sus familias guardaban el secreto con recelo para no enturbiar las aguas de los chismes y la calumnia. Seguimos conversando hasta entrar al comedor, donde fraccionaría mis recuerdos por una noche más.

Días despues, en el desayuno, una vez estuvo en la posición que tomaba para atacar el pan con el rodicio de mermeladas que esplayaba frente a ella, me contó de un sueño bastante extraño que tuvo – ocurría todo en tu cuarto – dijo con la boca llena
– Como todo lo bueno – acoté antes que siguiera
– Tonto. En fin. Pasaba en tu cuarto, tu no estabas, o estabas tan dormido que ni me daba cuenta que estabas ahí –
– ¡ouch! –
– déjate de bobadas, desde la puerta alguien estaba observando, ese tipo de cosas en los sueños que puede ser cualquier persona pero que uno sabe con certeza de quién se trata. Entró sin decir nada… pero tampoco era alguien, era una masa oscura, de movimientos cortos y armoniosos, me miró por un rato –
– ¿Tenía ojos? –
– ¡Claro que no! Pero yo se que me miraba, con algo de deseo quizás– me sentí incómodo por esa referencia, contraje mis hombros para no desencadenar un ataque de celos – se acercó al borde de la cama – continuó narrando, ignorando mi mirada acusadora – y derrepente, la nube negra se prendió de mi cuello. Fue súbito e inesperado. Me sentí ahogada, intenté gritar pero no salía nada de mi garganta… me impresionó el dolor que sentí, porque en lo sueños nunca se siente nada –
– ¿Pero si era un sueño?–
– Lo era. Me desperté de un salto apenas el bicho soltó mi cuello, fui hasta la cocina a tomar agua muy fria para quitarme la sensación de ahogo que no daba tregua–
Luego cambió el tema cómo si lo relatado fuera insignificante. Yo por mi lado creí que estaba loca, pensmiento reiterativo siempre que Lara se colaba en mi cabeza, por lo que no me sorprendió.
No fue hasta que palideció días despues, que comencé a pensar sobre la posiblidad de que Lara hubiera sido visitada por el vampiro que se murmuraba en las calles. Mi amor por ellas sigue hasta hoy intacto, pero debo admitir que noté como de a poco se fue transformando en un monstruo. Perdió primero el color en las mejillas, se le cayeron las uñas y el pelo empezó a crispársele. La vida comenzó a abandonarla, privándola de energía para moverse, pudriendo su cuerpo aun vital, preservando su conciencia hasta el último suspiro. Lara se recluyó en el apartamento hasta que el hambre insaciable y la falta de energía la vencieron. No quiso que nadie la visitara y le contó a la menor cantidad de conocidos posible. – Es una enfermedad de pobres – repetía como letanía para ahondar su desgracia, perdió la ternura que la caracterizaba y olvidó como era que debía reir.

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