Me arrodillé, escéptico, en el confesionario, dije varias sandeces a fin de exaltar un poco a Córdoba, asintió con un leve ruidillo de garganta, al parecer aprobaba lo que le acababa de decir sobre el precio de las vacas. Esperé sin decir nada… y asintió con el corto rugido gutural… luego de unos minutos dijo como distante, tras el velo morado – Usted es una santa – su voz sonaba extraña – rece 2 padrenuestros, un Ave María, no se preocupe mi señora, todo va a estar bien – Me incorporé enfurecido, abrí la cortinilla y vi una simple grabadora, que corría con leves gruñidos de garganta y sonidos aprobatorios del cura durante la confesión. Me apoyé en el fondo del confesionario para cazar la grabadora y la madera en que me apoyaba cedió. Consternado empujé si mucha fuerza y terminé de abrir la puerta lateral de la iglesia, que para mí era inservible, quedando en el jardín de maleza y flores. Ahí supe que Sofía amanecería mañana en la plaza.
Entre la maleza me apresuré al cuartucho de herramientas que estaba al final del jardín. Por la ventana, tarde para mi destino, observé como Córdoba, con un mazo impactaba el cuello de Sofía, que arrodillada con religiosa devoción, cayó despacio dejando su alma atrás. Córdoba soltó una carcajada chillona muy corta volteando los ojos extasiado. Cubrió el cuerpo de Sofía con un costal vació y se limpió el polvo de las mangas para salir. Me paré frente a la puerta esperándolo… cuando se empezó a abrir, la empujé de una patada, se golpeó la cara y cayó al suelo, forcejeamos entre si, sin emitir ningún sonido, puños, patadas, estocadas, en silencio, mi dolor era tan grande que no cabía por la garganta para salir de ningún modo, así como devoraba las palabras que me quedaban dentro. De los puños limpios pasamos a arrojarnos todo lo móvil alrededor… por esquivar una embestida de cuerpo entero caí de espalda, indefenso busqué un arma… sólo tenía a la mano unas tijeras de podar, alzó triunfante una pala oxidada que estaba recostada en la esquina. Cuando se disponía a dar el golpe clavé sin asco las tijeras en su muslo izquierdo… chilló como un cerdo agonizante y sin darme tiempo para reaccionar contesto con incesantes golpes con la pala… hasta que ahogado entre sangre y baba no pude respirar más.
- Siempre sospeché de él… me daba mala espina, irónico para su labor de jardinero ¿no?, le pedí varias veces que arreglara el jardín, aceptaba y pedía permiso para ver el depósito que está tras la iglesia, pero nunca cortó una hoja ni cuidó un matorral… no creí que usara el depósito para algo tan atroz. Pobre su señora, tal vez creyó que si ella amanecía en la plaza nadie sospecharía mas de él y tal vez culparíamos sin duda al loco Fernando… aunque nada está oculto bajo los ojos de Dios – se mostró cansado por la poca luz que entraba al cuarto de la casa cural. La periodista capitalina, libreta en mano buscó construir la pregunta correcta – Pero, si fue un sábado en la mañana… ¿no estaba usted confesando señora cuando descubrió al Asesino de Silajo en el depósito? – Córdoba hizo una pausa reflexiva y buscó una respuesta convincente – discúlpeme – dijo al rato en voz baja – usted es una santa, pero ¿podríamos continuar con las preguntas otro día?... ahora prefiero descansar. No, no. No se preocupe mi señora, que todo va a estar bien.-