Sólo para advertir, un cuento infantil , pro ilustrable por JuanFelipe Sanmiguel, éste es el primer ensayo.
¡Daniel lo logró! Había hecho lo que nunca nadie había podido (ni nadie repetiría) en su colegio. ¡Se había coronado como el Tricampeón de Muecas!
Ganó primero en la categoría de la mueca más compleja. Donde debía usar la mayor cantidad de partes del cuerpo al realizarla.
Luego en la competencia de resistencia, con la mueca sostenida por más tiempo.
Y se llevó todos los aplausos en la Mueca más fea, bueno, no sólo aplausos, también hubo varios gritos del miedo y lágrimas del susto. A Julianita tuvieron que llevársela en ambulancia porque no paraba de llorar.
Orgulloso de su premio pasó el resto del día haciendo sus mejores muecas.
Asustaba a los pájaros que vivían en el parque.
A la vieja medio bruja que le daba comida a esos pájaros.
A los niños de la cuadra, que eran menores que él.
A su perro y de paso al gato del vecino. Todos corrían despavoridos por lo horrorosas que eran sus muecas.
Cuando mamá sirvió la comida Daniel intentó asustarla torciendo los ojos y gruñendo un poco con la boca torcida, pero ella, sin ni siquiera mirar lo que él estaba haciendo, lo regañó. -Si canta un gallo entre tantas caras raras – le señaló levantando una ceja y apuntando con un dedo – te va a quedar así – Daniel no le puso atención, terminó de comer y se fue a su cuarto a practicar.
Su primer día en el colegio como el tricampeón de muecas no pudo ser mejor, todos sabían quién era, lo saludaban con efusividad, le pedían que los asustara, que les enseñar alguna de sus muecas. Era famoso.
Pasó días entre lo saludos, los consejos y sus monerías. Asustando las palomas en el parque.
A la vieja bruja que les daba de comer a las palomas.
A los niños del barrio que eran más pequeños que él. Si es que los encontraba, porque ahora se escondían cuando veían que Daniel se acercaba.
Trataba de no hacer ningún gesto raro frente a mamá, sabía que ella lo castigaría si supiera que no dejó de hacer muecas.
Se despertó muy temprano, como lo llevaba haciendo varios días, mucho antes de la hora en que su papá iba a decirle que se alistara para ir al colegio. Madrugaba para ensayar su repertorio, o para lograr esa cara torcida con la que había soñado toda la noche.
Pero, frente al espejo, algo sucedió... debió cantar un gallo, pero uno que estaba muy lejos porque Daniel no lo oyó. Pero, debió cantar uno porque se le quedó pegada una mueca horrible.
Trató de quitársela con agua fría… con agua caliente y tibia después. Se haló la cara con fuerza, pero nada hizo que su rostro volviera a ser normal.
Mamá no le dijo nada cuando lo llevó al colegio, pero sus profesores sí lo regañaron repetidas veces reclamándole que dejara de irrespetar la clase con esas caras. En los pasillos todos le huían y nadie, del susto, se le acercaba a hablarle.
En el parque no encontró ni a las palomas ni a la vieja que les daba de comer.
Ni a los niños pequeños, ni apareció su perro, ni vio por ahí al gato del vecino.
A la hora de comer, Daniel no tenía hambre, la sopa se enfrió sin que él dijera una palabra. Su mamá le acercó sonriente el plato como pidiéndole que la probara por lo menos.
Se untó toda la cara, como un bebé, porque su boca, torcida y tiesa, no quería que la cuchara encajara. Daniel se echó a llorar.
Su mamá lo alzó, con esfuerzo, lo sentó en sus piernas en la sala y le puso enfrente un libro enorme.
-Mira Dani – le dijo con dulzura – no todas las muecas tienen que ser feas – abrió el libro y le mostró en el álbum una foto en la que estaban Daniel, su hermanito enfrente y papá y mamá abrazándolos sonrientes – Una sonrisa es tal vez la mueca más común- dijo limpiándole una lágrima floja - pero es la mejor mueca de todas, porque hace que todo lo que está a tu alrededor quiera sonreírte de vuelta. –
Daniel se quitó la última lágrima y le dio paso a una sonrisa pequeña. Sin querer, estalló a risas con su mamá.
Dejó de hacer muecas, dejó de hacer las que asustaban al menos, porque sonreía todo el día ,en especial en las mañanas, muy temprano, antes que todos despertaran, esperando que a un gallo por ahí cerca le diera por cantar.