3.7.07

Alma vendida... nadie como Fausto.

La noche seria larga, por la ansiedad, en el a mañana emprendería la prueba que se prometía cumplir anualmente en un lugar distinto del mundo, sólo para probar su teoría. Despertó en un cuarto no muy amplio de muebles lisos y adornos en acero inoxidable, se lavó las manos para quitarse el olor a azufre que ya consideraba cliché. Optó por vestirse de marca y con cierta elegancia para pasar inadvertido y se fue a buscar a su victima del día. Decidió buscarla en el metro, el tumulto lo ocultaría, y el tránsito frenético le daría una buena gama de donde elegir. La señora gorda de zapatos de flores no lo convencía del todo, quizás pediría algo fácil, mucho dinero, un perro entrenado, si mucho un titulo profesional u otro deseo reprimido fruto de su sumisión perpetua. Recorrió el perfil de cada uno de los futuros pasajeros. Encontró al perfecto candidato antes de cumplirse las 9 en punto. Lo vio bajar las escaleras con asco, la sola cara de desprecio que puso por tener que esperar al lado de un viejo que podía olerse a leguas lo confirmó como el indicado. Tal vez, éste si pediría algo decente, algo grande, para recordar... aunque, nadie en estas tierras lo creía posible, a él, ni a su mágica e inesperada aparición... ¡Escépticos!

Se montaron al tren expreso hacia el sur, la señora gorda acompañada de otra que de forma innegable era su hermana se montaron primero, la turba se acomodó, el ruido de los otros trenes y de la puerta cerrándose enmudecieron el bostezo del borracho que había atravesado la noche durmiendo en el vagón. Todos empaquetados, con ese sentimiento de bolsa de chocolate fóbica al calor que de igual manera conoce su derretido destino, cada personaje en su burbuja, un subcosmos de entidades. Se acomodó en el fondo sosteniéndose de la barra central de donde tenía una visión clara de su víctima. Como lo sospechó nadie se dio cuenta de su presencia, si acaso, sentado a unos cuantos pasos de donde estaba, un inmigrante dominicano, de camisa azul y bigote, que desde que entró contrajo todos sus músculos por su presencia, y casi al borde de las lágrimas recitó un rosario moviendo tan solo los labios apretando la cara en una mueca de dolor... seguro, si salía ésta contaría su historia con valentía, involucrando un truco o alguna oración al revés.

El momento llegó, a 5 minutos de la parada en la estación central, hizo que las luces titilaran, primer de modo sutil, primer apagón, el tren seguía moviéndose, luz de nuevo y nadie extrañó la presencia del borracho narcoléptico y del dominicano, segundo apagón, ni un susurro, luz en el vagón y sólo la mitad de los pasajeros que embarcaron con la señora gorda y su hermana, el tercer y cuarto apagón fueron rápidos pero no tanto como para enceguecer, luz y en el vagón quedó un tipo de corbata y zapatos finos sentado en un extremo y otro parado al final del vagón, un tipo de quien existían infinidad de historias, hoy se mostraba de ropa elegante y de marca, facciones ásperas adornadas por una sonrisa sutil, y sus manos, por habérselas lavado esa mañana hoy, no olían a azufre. El tren disminuyó su velocidad, el sujeto de corbata se levantó indiferente. Tomó aire y comenzó a decir en tono solemne – Incrédulo, frente a usted está la posibilidad última de... – el tren frenó y el tipo sin prestar atención comenzó a salir - ¡¿A dónde va?!, ¡Inepto! – con la cara de desprecio que usaba a diario se digno a reprochar – No me moleste imbécil, tengo cosas que hacer. – con paso acelerado se alejó, por la distancia le gritó desde la puerta del vagón, con eco pues también había vaciado la estación – Le ofrezco cualquier cosa a cambio de su alma - el individuo de corbata se volvió con rabia- tengo que trabajar, y cosas en que pensar, si necesita cambiar algo, o que le dé limosna, déjeme tranquilo- dijo esto, arrojó algunas monedas y abandonó la estación con prisa. Con un suspiro sulfurado uno a uno fueron apareciendo los pasajeros del tren y los que debían estar en la estación, sin ser concientes de lo que pasó cada quien siguió su camino, incluido el infartado dominicano que ahora se persignaba con devoción.

Lo comprobó de nuevo, se sentó en una banca frustrado y con rabia, un año más de evidencia, igual prometió intentarlo el año siguiente, era un hecho que en este siglo sólo a los gringos los secuestran los extraterrestres y sólo a los latinoamericanos se les aparece el diablo, quizás sean los únicos que aún no han vendido explícitamente su alma y por ello todavía la celan y la conservan. Despertó en algún lugar Caribe, donde se sentía a gusto, se preocupo por encontrar su sombrero y buscó adormilado donde lavarse las manos para quitarse el olor a azufre... que consideraba cliché.

2 comentarios:

Id dijo...

Te lei desde el caribe, y con las manos sin lavar, pero se acabaron mis 15 minutos antes de poder comentarte y parace que algun diablo se llevo mis palabras! jajaja ...como una semana despues, de regreso en mi casita, vuelves a ser victima de mis comentarios, menos mal que tu escritura no se vende... aun.

Anónimo dijo...

menos mal aun siendo muy latinoamericana no se me ha aparecido aun el diablo!! enserio muy bueno voy a seguir comentando los otrOS!
Karina Ortega